Queridos fieles diocesanos:
1. El
día 22, domingo, celebramos este año el día del Corpus, el misterio de la
presencia de Cristo entre nosotros. Se hará presente en nuestros Altares y
Custodias, paseará por las calles de las grandes y pequeñas ciudades, por los
pueblos y núcleos, continuando viva la tradición de nuestros antepasados en la
fe.
Habiéndose dignado Dios humanarse para restaurar la condición
humana, no sólo murió por nosotros en la cruz, sino que discurrió el modo de
quedarse de día y de noche en los sagrarios de nuestras iglesias, para recibir
nuestra adoración y alimentarnos con su cuerpo y con su sangre.
Santo Tomás de Aquino, pregonero por antonomasia del gran misterio
eucarístico, escribió que si en Belén y en el Calvario Cristo ocultaba su
divinidad “letabat deitas”, en el Sacramento del Altar esconde hoy también su
“humanitas”, su humanidad.
2. Este
mismo gran teólogo y santo de la Iglesia, describió así los frutos saludables
que nos ofrece Cristo Sacramentado:
a) Es alimento para nuestras almas. Este pan de los ángeles
sustenta la vida espiritual del cristiano y la vigoriza de modo sorprendente.
Así lo experimentan las almas eucarísticas.
b) Nos une e incorpora al Señor, en unión física y permanente,
como sucede con los alimentos. En la Comunión Cristo nos une a su persona de
forma que podemos decir con San Pablo “vivo
yo, no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (2
Cor 5, 15).
c) Nos comunica la misma vida de Dios, desde esa comunión
misteriosa que nos hace realmente partícipes de la vida divina. Al hacerse
hombre, el Verbo del Padre comunicó a su carne, a su humanidad santa, la vida
divina. De aquí que, al recibir la carne del Redentor, recibamos también su
vida divina que nos santifica y nos diviniza, podríamos decir.
d) Nos confiere el don de la inmortalidad. Al unirnos a Cristo por
la comunión, vivimos su vida y se deposita en nosotros la semilla de la vida
eterna, prenda de resurrección gloriosa que nos conduce a la eternidad.
3. Cuando
en la Última Cena, en el Jueves Santo, Cristo lavó los pies a sus discípulos
nos dejó el mandamiento nuevo del amor: “que
os améis uno a otros; como yo os he amado, amaos también los unos a los
otros” (Jn 13,34). Pero, dado que esto sólo es posible si
permanecemos unidos a Él, como los sarmientos a la vida (cf. Lc 15, 18),
decidió quedarse con nosotros en la Eucaristía para que pudiéramos nosotros
permanecer en Él.
Por eso, cuantas veces recibimos su Cuerpo y su Sangre, su amor
pasa a nosotros y nos capacita para entregar también nosotros la vida por
nuestros hermanos (cf. 1 Jn 3, 16), para no vivir ya solo para nosotros mismos.
El encuentro con el Señor en la Eucaristía es el manantial que renueva nuestra
entrega de caridad, porque amar a Dios y al prójimo son inseparables.
4. La gran
fiesta del Corpus es no sólo para adorar y alimentarnos de la Eucaristía sino
también para pensar cómo es nuestra respuesta al amor de Dios para con
nosotros, si es o no “con obras y
según verdad” (1 Jn 3, 18). Primero si somos justos, pues la
justicia es inseparable de la caridad, es intrínseca a ella, pero también hasta
dónde llegamos en nuestras relaciones de gratitud, de comunión y de
misericordia para quienes nos extienden su mano por medio de nuestras Cáritas.
Gracias, en nombre del Señor, por tanta generosidad en momentos
difíciles. Gracias por tantos voluntarios que hacen posible recoger, coordinar
y distribuir los frutos del amor. Que nuestra fe eucarística se traduzca en
amor, y a este amor organizado, que es Cáritas, lo apoye y bendiga el Señor.
Con mi afecto en el Señor.
+ Ramón del Hoyo López
Obispo de Jaén
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