Mañana,
2 de febrero, celebramos la fiesta de la Presentación de Jesús en
el templo por María y José. Cuarenta días después del
nacimiento de Jesús, celebramos esta fiesta, muy antigua y originaria de
Jerusalén. Recordemos aquel hecho que narra el Evangelio de Lucas: cuando José
y María fueron al templo para cumplir lo que mandaba la ley de Moisés para la
purificación de las madres y la presentación de los hijos primogénitos a Dios,
tuvo lugar el encuentro con el anciano Simeón, que proclamó que aquel niño era
una luz para todos los pueblos, y con la profetisa Ana, que contaba a todos que
aquel niño era el Salvador esperado por Israel.
Esta
es una fiesta del Señor, como lo expresa su título, pero también es una fiesta
de María. Bien podemos en ella recordar a la Virgen, que es quien nos da a
Jesús para que sea nuestra luz.
El elemento que caracteriza más esta fiesta es la bendición
y la procesión con las candelas, con la que reafirmamos nuestra
fe en lo que proclamó Simeón. La candela es un símbolo; un símbolo bellísimo y
muy expresivo.
El
papa Francisco cuando era arzobispo de Buenos Aires, dijo que le había
impresionado el valor que da al símbolo de la candela en la fiesta que
celebramos cada año el 2 de febrero. Explica que hay luz en el templo cuando
entra Jesús, porque entra el que es la Luz: "Luz para iluminar a las
naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel". Y añade: "Es el día
de la candela, de la luz tenue, que se convertirá en un gran cirio adornado la
noche de Pascua -precisamente en la gran celebración de la Vigilia Pascual o de
la Resurrección- y se hará sol resplandeciente al final la historia. Las
personas que mañana llevan las candelas en las manos -dice el Papa- lumen
requirunt lumine"; que quiere decir precisamente eso: que a través de una
lucecita buscan al que es la Luz, es decir, a Jesucristo mismo, Dios y hombre
verdadero.
De esta manera, la fiesta de la Candelaria es como un puente que une la Navidad,
la Pascua y la manifestación de Jesucristo al final de los tiempos. Siempre,
pero sobre todo este año, por voluntad del Papa dedicado especialmente a los
religiosos y las religiosas -como Año de la Vida Consagrada-, debemos orar ese
día y agradecer el servicio que hacen a la Iglesia y a nuestras sociedades los
religiosos y las religiosas, tanto los de vida monástica como los de vida
activa en los diversos campos del trabajo educativo, social y asistencial.
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