En el día de hoy nuestra ciudad celebra la Exaltación de la Cruz y más concretamente la Hdad. de Nuestro Padre Jesús Nazareno, ya que hoy tendrá la Eucaristía estatutaria en honor a su sagrado titular. Tal celebración se celebrará en la Iglesia de Santa María del Alcázar a las 20:00h y será oficiada por nuestro párroco D. Miguel José Cano.
UN POCO DE HISTORIA SOBRE ESTA FESTIVIDAD
Hacia el
año 320 la Emperatriz Elena de Constantinopla encontró la Vera Cruz, la cruz en
que murió Nuestro Señor Jesucristo, La Emperatriz y su hijo Constantino
hicieron construir en el sitio del descubrimiento la Basílica del Santo
Sepulcro, en el que guardaron la reliquia.
Años después, el
rey Cosroes II de Persia, en el 614 invadió y conquistó Jerusalén y se llevó la
Cruz poniéndola bajo los pies de su trono como signo de su desprecio por el
cristianismo. Pero en el 628 el emperador Heraclio logró derrotarlo y recuperó
la Cruz y la llevó de nuevo a Jerusalén el 14 de septiembre de ese mismo año.
Para ello se realizó una ceremonia en la que la Cruz fue llevada en persona por
el emperador a través de la ciudad. Desde entonces, ese día quedó señalado en
los calendarios litúrgicos como el de la Exaltación de la Vera Cruz.
El cristianismo es
un mensaje de amor. ¿Por qué entonces exaltar la Cruz? Además la Resurrección,
más que la Cruz, da sentido a nuestra vida.
Pero ahí está la Cruz, el escándalo de la Cruz,
de San Pablo. Nosotros no hubiéramos introducido la Cruz. Pero los caminos de
Dios son diferentes. Los apóstoles la rechazaban. Y nosotros también.
La Cruz es fruto de la libertad y amor de Jesús.
No era necesaria. Jesús la ha querido para mostrarnos su amor y su solidaridad
con el dolor humano. Para compartir nuestro dolor y hacerlo redentor.
Jesús no ha venido a suprimir el sufrimiento: el
sufrimiento seguirá presente entre nosotros. Tampoco ha venido para explicarlo:
seguirá siendo un misterio. Ha venido para acompañarlo con su presencia. En
presencia del dolor y muerte de Jesús, el Santo, el Inocente, el Cordero de
Dios, no podemos rebelarnos ante nuestro sufrimiento ni ante el sufrimiento de
los inocentes, aunque siga siendo un tremendo misterio.
Jesús, en plena juventud, es eliminado y lo
acepta para abrirnos el paraíso con la fuerza de su bondad: "En plenitud
de vida y de sendero dio el paso hacia la muerte porque El quiso. Mirad, de par
en par, el paraíso, abierto por la fuerza de un Cordero" (Himno de Laudes).
En toda su vida
Jesús no hizo más que bajar: en la Encarnación, en Belén, en el destierro.
Perseguido, humillado, condenado. Sólo sube para ir a la Cruz. Y en ella está
elevado, como la serpiente en el desierto, para que le veamos mejor, para
atraernos e infundirnos esperanza. Pues Jesús no nos salva desde fuera, como
por arte de magia, sino compartiendo nuestros problemas. Jesús no está en la
Cruz para adoctrinarnos olímpicamente, con palabras, sino para compartir
nuestro dolor solidariamente.
Pero el discípulo no es de mejor condición que
el maestro, dice Jesús. Y añade: "El que quiera venirse conmigo, que
reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga". Es fácil seguir a
Jesús en Belén, en el Tabor. ¡Qué bien estamos aquí!, decía Pedro. En Getsemaní
se duerme, y, luego le niega.
"No se va al cielo hoy ni de aquí a veinte
años. Se va cuando se es pobre y se está crucificado" (León Bloy).
"Sube a mi Cruz. Yo no he bajado de ella todavía" (El Señor a Juan de
la Cruz). No tengamos miedo. La Cruz es un signo más, enriquece, no es un signo
menos. El sufrir pasa, el haber sufrido -la madurez adquirida en el dolor- no
pasa jamás. La Cruz son dos palos que se cruzan: si acomodamos nuestra voluntad
a la de Dios, pesa menos. Si besamos la Cruz de Jesús, besemos la nuestra,
astilla de la suya.
Es la ambigüedad del dolor. El que no sufre,
queda inmaduro. El que lo acepta, se santifica. El que lo rechaza, se amarga y
se rebela.
UN ABRAZO EN JESÚS Y MARÍA